mensaje de salvación

“Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.”
(Lucas 24: 2-7)

Una gran tristeza afligía a las mujeres de este relato. Ellas habían seguido a Jesús de Nazareth durante bastante tiempo. Lo habían visto sanar enfermos, resucitar muertos y dar vista a los ciegos; le escucharon decir que era el Mesías y lo habían comprobado cada vez que liberó a alguien del poder de las tinieblas; como con aquel hombre de Gadara. Por eso no comprendían que hubiese muerto; por eso, era tan confuso ese momento…
Casi podemos asegurar que por sus mentes cruzó más de una vez este pensamiento: “¿Por qué no se libró de la cruz habiendo dado muestras de su poder tantas veces?”.
Pero en la puerta misma del sepulcro comprobaron, con sorpresa, que la piedra que lo cerraba estaba fuera de su lugar. Como movidas por una sola voluntad, con temor, se asomaron al interior; tal vez esperando poder verlo. Pero el sepulcro estaba vacío.
A medida que la sorpresa crece, las explicaciones comienzan a faltar y es entonces cuando dos varones de vestiduras resplandecientes aparecen ante sus ojos. Ellos son los únicos que comprenden lo que sucede, es por eso que hacen una pregunta simple e impactante: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?”.
Recién entonces recuerdan las palabras del Señor Jesús. Inmediatamente cambian de dirección y regresan a la ciudad. Seguramente sus sentimientos en ese viaje de regreso fueron otros, por causa de un pensamiento dominante: “¡No es entre los muertos donde está nuestro Señor, sino entre los vivos!”.
Transcurren los años; el mensaje de Cristo se propaga por el mundo entero. Miles de personas aceptan por fe su invitación que dice: “Vengan a mí todos los que estén trabajados y cargados y yo los haré descansar” y en esto reciben el perdón de los pecados y la vida eterna.
Pero hay otros que son confundidos por el mensaje de hombres que vivieron, murieron y jamás resucitaron. Muchos de ellos hablaron de reencarnación; otros, de un paraíso donde se vive disfrutando de lo que se consideran deleites en la tierra; hasta hubo quienes sostuvieron que después de la muerte, no hay más. 
Pero hay una diferencia notable con el cristianismo verdadero y las doctrinas de los grandes pensadores, filósofos y creadores de religiones del pasado. Mientras ellos murieron demostrando que no podían vencer a la muerte, Cristo, en cambio, resucitó derrotándola. Esta diferencia es vital para diferenciar la verdad de la mentira, la luz de las tinieblas, el camino angosto que lleva a la vida eterna de aquel, cuyo final es la condenación. Son muchísimas las personas que buscan hoy con toda sinceridad al Dios verdadero. Es importante la sinceridad, pero también es de importancia buscar en el sitio adecuado. Las mujeres del relato eran sinceras y buscaban al Señor, pero el problema era que lo buscaban en el lugar equivocado; trataban de encontrar entre los muertos al que en realidad vivía.
Si hoy estás en búsqueda de la verdad, no vas a encontrarla entre los filósofos o religiosos muertos, ni entre los ídolos o las tradiciones; acercate a aquellas personas que ya se encontraron con Cristo o a la Biblia misma, que es la Palabra de Dios.
Las palabras de quienes hablaron a las tres mujeres en el sepulcro, siguen resonando hoy y con el mismo valor:
¿Por qué buscás entre los muertos al que vive?. Sólo Cristo, el Hijo de Dios, quien habiendo muerto en la cruz ya no está entre los muertos, puede otorgarte el perdón de pecados, la restauración de tu persona y la vida eterna.
¿Habrá algo más importante?.

Todo esto está al alcance, sólo por medio de una oración con fe sincera. Puede ser esta:

Padre nuestro que estás en los cielos, en esta hora reconozco la necesidad de tu perdón. También reconozco que el Señor Jesucristo, tu Hijo, nacido y muerto en la cruz resucitó y es el único que puede limpiarme y reconciliarme con vos, Dios. Quiero confesar delante tuyo que te necesito y que estoy arrepentido de mis pecados; pido tu perdón y la limpieza de mi corazón. Por todo esto, reconociendo a Cristo como tu verdadero y único ungido, quiero recibirte como Señor y Salvador. Asimismo, en el nombre de Jesús, renuncio a la idolatría, al ocultismo y a toda forma de paganismo, hechicería, magia y adivinación. Dios mío, soy hijo tuyo y quiero volver a tus brazos. Te lo pido en el nombre de Jesús. Amén.


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